Hace años leí Ya dormiré cuando esté muerto, una biografía de Fassbinder escrita por Harry Baer, estrecho colaborador y actor del director alemán, que narraba la frenética vida de uno de los directores más interesantes de las últimas décadas. Es incomprensible como en apenas 15 años realizó una cuarentena de películas (amén de obras de teatro, piezas para televisión, etc.) con algunas verdaderas obras maestras y cuyas huellas perviven sin ir más lejos en Pedro Almodovar.
Una de esa obras magnas es, sin duda, La ansiedad de Veronika Voss, filme que narra el encuentro fortuito entre un periodista y una actriz olvidada, famosa durante el nazismo (está ambientada en los años 50) y adicta a la morfina. Con un estilo barroco (pese a la precariedad de medios con los que solía contar el director alemán) y una iluminación esplendida y desmesurada, el filme se convierte una una radiografía de la época de Adenauer, y de cómo el capitalismo y la corrupción iba penetrando en la sociedad alemana surgida tras la guerra.
Si hoy consideramos prolífico a Woody Allen por rodar una película al año, la carrera de Fassbinder escapa entonces a toda lógica. Ese debería llevarnos a una doble reflexión: cuánto talento quedará en el olvido por falta de medios para llevarlo a cabo (aún me la debes Andrés Vicente Gómez por quitarle El embrujo de Shangai a Erice y dársela al mediocre de Trueba) y que esto mismo tampoco debe ser un escudo donde esconderse, pues como el propio Fassbinder demostró, allí donde no llega el dinero puede llegar el genio.
01 diciembre 2005
Viendo La ansiedad de Veronika Voss (1982), de R. W. Fassbinder
Publicado por Zelig a las 00:04
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2 comentarios:
pues yo no he visto ninguna película de fassbinder. llevo años resistiéndome, reconóceme que echa un poco p'atrás, así en principio. tengo que dejar esta fase de analfabetismo orgulloso atrás, noto que no me lleva a ninguna parte.
Bueno así en principio me hecha más pa trás Ventura Pons, que sería un copiador de 3ª generación (Fassbinder-Almodovar-Pons). Cualitativamente, obvio, cada generación retrocede.
[Zelig reparte]
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