09 noviembre 2008

Cosas que escuchar un domingo cuando no estás muerto II

Recuperemos esta bonita sección que tanto nos gusta. (Ver capítulo anterior)

Rufus Wainwright
He estado viendo a retazos (a ver si puedo verlo completo) el documental Leonard Cohen: Im your man, a mayor gloria del susodicho; la verdad es que tiene buena pinta y es una manera excelente de acceder a un clásico contemporáneo. Sin embargo, lo que nos trae hoy aquí es Rufus Wainwright, uno de esos nombre tan en boga últimamente y al que, sinceramente, no había dedicado ninguna atención. En el documental interpreta tres canciones de Cohen: excelentes las versiones del "Chelsea Hotel" y "Hallelujah" (aunque me sigo quedando con la de esa voz prodigiosa que era Jeff Buckley, a quien Wainwright considera una de sus mayores influencias) y el estupendo trabajo que hace de "Everybody knows".
Sujétense a las sillas porque los pies cobran vida propia. (A partir del minuto 1.50):



The Pixies
Y, como no, siempre es un buen momento para escuchar a los Pixies. Aquí les dejo un par de temas interpretados en directo en el año 88. Aún no se había inventado el grunge y faltaban tres años todavía para el Nevermind de Nirvana; de hecho ni siquiera habían debutado y los Pixies ya andaban reinventando la música.
La siempre potente batería de Dave Lovering, la excelente guitarra de Joey Santiago (uno de los mejores guitarristas de la historia y que permanece todavía hoy ninguneado por la crítica), el monstruo de Black Francis y, como no, la siempre dulce y sensual, y fuera de todos los cánones, Kim Deal.
Primero "Hey" y a partir del minuto 3.10 "Gigantic". Que lo disfruten:

02 noviembre 2008

Viendo Buda explotó por vergüenza (2007) de Hana Makhmalbaf y reflexiones sobre la vergüenza de Afganistán

De sorprendente, sobrecogedora y de obra maestra calificaría la ópera prima de Hana Makhmalbaf, que con veinte añitos ha demostrado que la estirpe de los Makmalbaf (de la que ya comentamos aquí un filme de su hermana), asesorada por su padre y guionizada por su madre, sigue en plena forma.

La trama es bien sencilla: una niña afgana, que vive junto a su madre en las cuevas que todavía hoy existen bajo el espacio que ocuparon los dos grandes budas que volaron los talibán, sueña con ir a la escuela igual que su vecino. Éste le cuenta una divertida historia que aprendió y le dice que para ir necesita un cuaderno y un lápiz. El vía crucis de la niña para conseguir, mediante el trueque de bienes, el material en el mercado de su pueblo es uno de los momentos más emotivos que he visto en la historia del cine (y llevo unos cuantos filmes a mis espaldas). Conseguido o no (no se lo desvelo) la niña topará con la intransigencia de los niños, que repiten la conducta de los adultos, jugando a la guerra e intentando lapidarla por querer ir a la escuela.

Rodada con el estilo neorrealista propio de la escuela iraní, pero siempre con la brecha poética y surrealista de los Makhmalbaf, el guión, los movimientos de cámara, la elección de cada encuadre y la dirección de los actores es soberbia (pese a que hay momentos, sobre todo con el grupo de niños varones, que se nota que están actuando, pero la fuerza de la trama y de la niña eclipsan cualquier amago de crítica).



Aquí y ahora les confieso, que nunca antes sentí un malestar físico en una sala de cine como experimenté viendo la primera parte del filme (cuando la niña intenta conseguir el material escolar). Las imágenes me sobrecogían y me dañaban de tal manera que estuve a punto de abandonar la sala en más de una ocasión, llegó un punto en que no podía abstraerme, me obligaba a pensar que aquello era ficción pero aun así no tenía consuelo. El problema es que uno sabe que eso está pasando realmente, que esa niña (la propia actriz, incluso) no tendrá oportunidades en ese mundo, que el pueblo afgano vive enloquecido en una terrorífica Edad Media, de la que no les salvarán los talibán pero mucho menos las fuerzas de ocupación.

No sé qué demonios hacen las tropas de la ONU allí, pero hagan lo que hagan, lo hacen mal, porque si son incapaces de facilitar el acceso a la educación a las futuras generaciones afganas nada les salvará, nada les hará cambiar el mundo de horror en el que viven. Como seres humanos, el sufrimiento de todos ellos nos disminuye (igual que en el poema de Donne, las campanas doblan por ellos, pero también por nosotros). Todo nuestro estado del bienestar es una afrenta a ese pueblo, y a tantos otros, que nada tienen mientras nosotros nadamos en la abundancia, ignorando cuán afortunados somos. Recuerdo una pintada de mis años universitarios que rezaba lo siguiente: "O repartimos la riqueza o repartimos el sufrimiento".

Quiero en estas últimas líneas destacar el papel de la niña, Nikbakht Noruz, para ella el papel no fue más que un juego, un paréntesis en su día a día, pero su interpretación es una de las más prodigiosas en la historia del cine. Cualquier estudio, cualquier antología que hable de actores infantiles estará incompleto si no se la menciona. Para mí ya es imposible olvidarla y su recuerdo es una espina que debería acompañarnos a todos.