05 junio 2006

Leyendo El ruido y la furia de William Faulkner y La confesión de una joven de Marcel Proust

El ruido y la furia, es una novela difícil que hay que tomarse con calma. Estuve a punto de tirar la toalla (entre otras cosas porque la edición que leí, la de Cátedra, es horrorosa), es un libro complejo, que requiere un esfuerzo del lector. Me cuesta entender según que soluciones de puntuación utilizadas por Faulkner, es decir, entiendo su voluntad de intentar transmitir de forma desornedada el pensamiento, sobre todo, de Benji, el hijo deficiente, pero bajo mi punto de vista alterna momentos de gran calidad literaria con otros no tan logrados. En cualquier caso, al acabar la obra deja un regusto interesante, reflexionas sobre sus soluciones narrativas y consideras la lectura muy provechosa, Así que Faulkner tendrá en un futuro próximo nuevas oportunidades. Me acuerdo en este momento de Martin-Santos, hijo bastardo de Faulkner y que en mi opinión, cuanto menos en Tiempo de silencio, es superior a él, pero los cánones literarios, los escriben anglosajones claro, o Harold Bloom, que para el caso es lo mismo.

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La confesión de una joven y otros cuentos de noche y crimen, es una sucesión de relatos cortos, que giran en torno al asesinato, realmente ninguno me ha parecido gran cosa y parecen más bien ejercicios preparatorios de su obra magna En busca del tiempo perdido. Precisamente de esto quería hablar, de un tiempo a esta parte se han hecho dos traducciones nuevas de la obra (de hecho la anterior era la de Pedro Salinas hecha allá por los años 20 o 30). Bueno, de las dos, una ya está acabada y tiene un abundantísimo aparato crítico, esta es la que yo prefiero, dado que la otra está todavía inconclusa, se han publicado sólo algunas partes, y no lleva notas (una auténtica estupidez en mi opinión).

A lo que íbamos, la versión con notas, publicada por Valdemar (una editorial seria y con un fondo muy interesante) y traducida por Mauro Armiño, un auténtico sabio en Proust, está editada en tres tomos que son auténticos misales, esto es, imposible llevarlos contigo, al tren o a la cama, por ejemplo, y para más inri, las notas están al final del texto numeradas por líneas, lo que es absolutamente inoperativo. Cualquier edición crítica debe tener las notas acompañando al texto, hemos de facilitar la lectura al lector, pues cualquiera que tenga las narices de leer a Proust (y yo soy un tío dispuesto a ello), quiere notas, no quiere perderse nada, quiere referentes, porque la obra es una enciclopedia en sí misma, y leerla sin anotaciones es como hacer lo mismo con el Quijote, se puede hacer claro, pero te vas a perder tantas cosas... Lamentablemente está opción de poner las notas al final del texto con una ordenación arbitraria es algo que ultimamente está de moda, normalmente el criterio para hacerlo es tanto estético como de costes. En fin, esto es lo que pasa, cuando los editores no tienen ni puta idea (algo muy habitual) o no leen los libros que publican.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿En busca del tiempo perdido? Ánimo, le hará falta.

Anónimo dijo...

pues yo soy de las analfas que no se leen las notas. leyendo tu texto pienso que quizás me esté perdiendo algo... mi razonamiento es: "ya las leeré cuando lo relea", pero casi nunca releo. soy una filóloga de pacotill.

Zelig dijo...

Mi adicción a las notas viene de antiguo, bien es cierto que también hay libros mal anotados o redundantes, y es que anotar también es un arte.

Anónimo dijo...

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