Asistí el otro día al concierto de la banda mallorquina. Había oído muy buenas críticas de sus conciertos en directo, siempre, eso sí, en escenarios pequeños, a diferencia de éste. Quizá eso les pudo, la primera parte del concierto fue soporífera, sin ritmo, sin ningún tipo de interacción con el público, parecía que sólo hubieran venido a cobrar el cheque. Después, a medida que avanzaba la noche, empezó a mejorar, sobre todo con los temas de Taxi, su mejor trabajo.
El sonido, sin embargo, fue pésimo durante toda la actuación, nada que ver con la excelente factura y posproducción de sus discos. En fin, una gran decepción.
Y en dos semanitas Héroes...
26 septiembre 2007
Escuchando a Antonia Font (Catalonian Park)
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20 septiembre 2007
Viendo Planet Terror (2007) de Robert Rodríguez y Death Proof (2007) de Quentin Tarantino
Bueno, pues ya me he devorado las dos películas de Grindhouse, la serie Z de nuestros amigos Rodríguez y Tarantino.
Las noticias que llegaban de EE UU ya decían que el filme de Tarantino era superior (allí creo que no funcionó muy bien el invento y por eso aquí se estrenaron por separado; hombre, la verdad es que no hubiera estado de más recortar un poco el metraje, las dos pelis seguidas se hubieran hecho interminables); en fin, estoy de acuerdo con esa apreciación, el filme de Tarantino es superior. Tiene más enjundia y además no renuncia a poner ese toque tarantiniano en los diálogos y en la construcción de personajes (Kurt Russell está estupendo),
El trabajo de Rodríguez, en cambio, lleva hasta la paranoia algunos elementos: demasiada sangre, acción y explosiones; eso sí, ahí los que están de miedo son algunos personajes secundarios, construidos con hilarantes pastiches de arquetipos (léase el médico y el dueño del bar).
En fin, me divirtieron los filmes, lo mejor son sus guiños cinéfilos: malos encuadres, diálogos absurdos, celuloide rayado (genial el rollo de metraje perdido de Planet Terror); el pero es que les sobra un cuarto de hora a cada uno. Por cierto, que el proyecto continúa, he leído por ahí que Rodríguez va a hacer en video el filme de Machete y alguno de los otros falsos trailers (que aquí no se han visto) también se van a llevar a la pantalla. Estaremos atentos
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13 septiembre 2007
Leyendo Las islas de Arán de J. M. Synge y Exiliados de James Joyce
Para acabar con mi caterva de hechos irlandeses, les voy a contar dos libros leídos recientemente ambientados y escritos por nativos de allá.
Las islas de Arán (o Les illes d'Aran, puesto que lo leí en catalán) narra los cinco viajes que a finales del s.XIX y en los primeros años del s. XX hizo su autor, J. M. Synge, muerto prematuramente y uno de los renovadores del teatro irlandés. Un joven Synge coincidió en París con Yeats y éste le aconsejó que para ser escritor debería encontrarse a sí mismo (y a sus raíces irlandesas) y le animó a visitar las islas de Arán, que él ya conocía. Synge parte hacia allí y queda enamorado tanto de sus gentes como de su paisaje y buena parte de su obra posterior se inspirará en hechos o historias allí escuchados o vividos.
El libro en sí narra los viajes de Synge y sus relaciones con la gente del lugar. Hay personajes memorables como el viejo que muere después del primer viaje y al que califican del hombre más mentiroso del mundo, pues no para de contar e inventar historias. El libro se nutre de ellas, de hecho Synge quería aprender gaélico y invita a los lugareños a narrarles todo tipo de canciones, poemas o historias que luego transcribe al inglés. Hay de todo, algunas mejores (que se emparentan con relatos tradicionales, pero adaptados al lugar) y otros más flojos. En cualquier caso, un libro muy interesante, sobre todo si se quiere aprender sobre el lugar y sobre las condiciones extremas que vivían las gentes de allí, aislados prácticamente de la sociedad. (Doy fe de ello, cuesta mucho imaginar la dureza del lugar, pese a su belleza salvaje, sólo un siglo atrás.)
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Exiliados es según la crítica una pieza teatral fallida de Joyce, yo también lo pienso. (Hasta que no acometa de una vez el Ulises no podré emitir un juicio definitivo sobre su obra). El argumento, que mantiene las tres unidades aristotélicas no es más que un juego entre dos parejas (al estilo de Secretos de un matrimonio de Bergman, aunque la obra del sueco es muy, pero que muy superior) con un gran componente psicológico.
Cuesta creer que cuando escribió la obra se hallaba también inmerso en la escritura del Ulises, pues nada hay aquí ni de inventiva formal ni de juegos lingüísticos ni metaliterarios, en fin una obra menor o muy menor que además ha envejecido muy mal.
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06 septiembre 2007
Viendo El hombre tranquilo (1952) de John Ford y algunas curiosidades sobre Cong
Tal como decía, durante mi viaje a la bella Irlanda visité el diminuto pueblo de Cong (aquí recordaré la anécdota del tipo de información de Galway que nos encontró alojamiento y nos dijo, muy orgulloso, que nos había encontrado hotel en el centro justo del pueblo... Y así fue, lo que no nos dijo el muy cachondo es que el pueblo no es más que una calle, y que, por tanto, ¡todo está en el centro del pueblo!).
Como decía, Cong tiene, según mi guía, unos ochenta habitantes y alberga una casa museo a imagen de los interiores originales del filme (que fueron rodados en estudio en Hollywood, con lo cual la realidad recrea a la ficción en este caso). Ford eligió este sitio y no el pueblo natal de su padre (que era irlandés, no así él que ya nació en Estados Unidos, pese a que siempre se definió y se le definía como irlandés) porque no había un lugar suficientemente grande y confortable para alojar al equipo. Al lado de Cong hay un hermoso castillo (hoy hotel de lujo) que sí reunía todas las comodidades para alojar al cast; de hecho, todos los exteriores se rodaron en los alrededores del hotel. Cuentan los lugañeros que Wayne bajaba cada noche caminando desde el castillo hasta Cong para beber con los lugareños, para desesperación de Ford que temía encontrarlo borracho al día siguiente.
Del filme, qué puedo decir, es una obra maestra absoluta que he visto varias veces y que revisioné justo al volver de viaje. Wayne, Maureen O’Hara, Victor McLaglen están estupendos, sin olvidar a Barry Fitzgerald haciendo uno de los mejores personajes secundarios de la historia. Al ver la película, uno, que alguna vez tuvo alguna veleidad cinematográfica, se siente como uno de los personajes de la novela El malogrado de Thomas Bernhard, donde tres jóvenes maestros del piano compiten entre sí, sabiendo dos de ellos que por mucho que estudien, practiquen, etc., nunca llegarán al nivel y la calidad del tercero, simplemente les es inalcanzable. ¿Puede alguien hoy día llegar al nivel de Ford en este filme? Simplemente es imposible, porque es una obra de arte que va más allá del tiempo, del mismo modo que Las Meninas o el David, son obras cumbres dentro de su género y es con ellas con las que hemos de compararlo.
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04 septiembre 2007
Mis vacaciones o cómo visitar Irlanda en unas pocas líneas (2ª parte)
De regreso de las islas atravesamos la región lunar del Burren y Connemara, es increíble como en escasos kilómetros, y sin apenas transición, el paisaje cambia totalmente y se convierte en el verde sempiterno cubierto de lagos y brumas del condado de Mayo. Ahí visitamos Cong, el diminuto pueblo donde John Ford rodó su obra maestra El hombre tranquilo. Al día siguiente visitamos la hermosa isla de Achill, a la que se accede por un puente, donde el césped llega hasta la mismísima orilla y la gris arena crea unos extraños nudos que harían las delicias de Iker Jiménez.
De allí saltamos a la ciudad de Sligo, esta sí que es gris y fea, patria chica de Yeats, donde navegamos por la famosa isla del lago, Innisfree, que no es más que un diminuto peñasco (eso sí, geométricamente redondo) al que no se puede acceder, pero que se rodea en barco mientras uno se toma en la popa una Guinnes bien fresquita. También acudimos a Enniscrone donde nos sumergimos en unas bañeras de porcelana del siglo XIX para tomar unos a primera vista asquerosos, luego reconfortantes y seductores, baños con algas (que recomiendo a todos los incrédulos), que alternábamos con baños de vapor en unas saunas-ataud que dejaban la cabeza fuera.
La última parada fue Dublín. Si durante todo el viaje apenas si nos tropezábamos con turistas, aquí fue totalmente distinto, la marabunta de españoles (el castellano es el idioma oficial de la capital) como de catalanes te hacía pensar que habías vuelto antes de tiempo. Dublín es una ciudad pequeña, que puede recorrerse a pie, demasiado volcada al turismo. Recomiendo la ruta de las bibliotecas, auténticos templos que permanecen tal cual eran siglos atrás y como no, visitar la fábrica y tomar cuantas más Guinnes mejor (el globo que cogió la Subcomandante fue antológico).
En resumen, país hermoso con gente encantadora (siempre sonríen y te saludan cuando te cruzas con algún nativo; alguien pensó que no paraba de ligar en todo el viaje, hasta que se dio cuenta de que a mí también me saludaban, jeje), con un nivel de vida envidiable (quizá ayude a entenderlo saber que su salario mínimo son 1400 euros, cuando aquí que nos creemos los amos del mundo y es de 540), un gusto y un cuidado estético por su paisaje (calles limpias, engalanadas con flores, arquitectura colorida, calida, sin grandes monstruos de tocho y cemento) y, por cierto, nada de ir de hotel, son mucho mejores y baratos los bed and breakfast; otra cosa es el yantar, en la tierra de los duendes podrán comer todo tipo de patatas, cuatro coles y pollo, pero poco más, incluso el pescado, servido rebozado, parece sacado del Mercadona más próximo, ahí sí les doy la razón de que como en casa no se come en ningún sitio.
Ah, y por las dudas, llueve sí llueve, pero señores esto es Irlanda, además si uno se fija en los nativos se da cuenta de que no llevan paraguas ni falta que les hace, asombrosamente por algún tipo de técnica milenaria consiguen no mojarse (hasta la lluvia es hermosa: fina, imprevista, puede hacer un sol de justicia y descargar durante treinta minutos para luego desaparecer de golpe). En fin, queridos, un lugar para volver y disfrutar del cual les hablaría durante horas y que les recomiendo encarecidamente.
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03 septiembre 2007
Mis vacaciones o cómo visitar Irlanda en unas pocas líneas (1ª parte)
Sí amigos, al fin he vuelto de mis merecidas, y nunca suficientemente largas, vacaciones estivales. La bella y verde Irlanda fue el destino escogido para solazarme con mi estimada Subcomandante.
Aterrizamos en Dublín y sin salir del aeropuerto alquilamos un minúsculo automóvil (tuvimos que sentar las maletas en el asiento de atrás y meter el neceser en el maletero). Ni que decir tiene que conducir por la izquierda tiene miga, sobre todo el primer día, el segundo eres el rey y el tercero echas a los irlandeses a la cuneta, jeje; eso sí, son conductores amabilísimos, no pitan, ceden el paso y no te pegan el morro a la parte de atrás.
Las carreteras, por el contrario, son horribles, pero con el encanto de que ovejitas y vacas te contemplan (son tan respetuosas que ni siquiera invaden la calzada). Kilkenny fue la primera parada, un pueblecito mediano con encanto. La siguiente fue Galway, hermosa ciudad que celebraba sus races en aquellas fechas, con lo que las señoras (léase jovencitas) iban todas de punta en blanco, tocadas con sombreros que no desentonarían en Ascot, y los señores, como no, ataviados con el sempiterno traje. Allí visitamos los espectaculares acantilados de Moher y zarpamos hacia las islas de Arán, enclave mágico, y aislado hasta hace escasas décadas, donde los halla.
Contaba Synge en su libro Las islas de Arán (que un día reseñaré ¡hay que documentarse amigos antes de partir!) que cuando alguien enfermaba solían acudir el médico y el cura, porque no sabían si podría zarpar si el clima empeoraba. Allí, obviamente, sobrevivimos a una suerte de diluvio en miniatura y gozamos de un pub típico con musica en directo (como todos los pubs de Irlanda), pero con la peculiaridad de que aquí el tiempo sí parecía haberse detenido, y nos acercamos a la casa construida por el equipo de Flaherty, cuando rodó Hombres de Arán. Por cierto, en esta zona hablan gaélico, cosa que hace que su inglés sea mucho más neutro y comprensible, porque eso sí, los irlandeses no hablan nada de castellano (ni de cualquier otro idioma), puesto que no les interesa lo más mínimo lo que pase más allá de sus fronteras (los diarios, todos sensacionalistas, sólo recogen noticias propias, a lo sumo, alguna referencia a la guerra de Irak cuando caía algún soldado inglés).
[Continuará...]
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